domingo, 19 de septiembre de 2010

Frida y Secretario.

Una vez dije que cada viaje por más mínimo que sea, era para mí una historia nueva. Recorrer una cuadra puede contarte tantas cosas como un viaje a India. Viajar en tren también. Es como un cable a tierra, un descanso después de una agitada mañana laboral, o una apacible jornada de estudio (pero jornada al fin). Es lo que conecta mi ciudad, con aquella en la que quisiera vivir. Es allí donde leo, dibujo o pienso (léase, Maquino). Es allí donde conozco gente, donde me cruzo con conocidos, donde disfruto de la vista de una Buenos Aires tan linda. Y no en vano digo que maquino, que pienso y que recapacito (y muchas veces entiendo, y bajo la cabeza). Es que por suerte nunca escapo de la realidad (a veces quisiera escapar pero no de la realidad justamente).


Llevaba a la facultad hace más de tres meses, una maqueta de una escenografía montada en un estudio de televisión a escala. La escenografía contaba con un living, una escenario pequeño redondo y giratorio, y una cama parada por donde se suponía que aparecían los conductores al inicio de nuestra idea de programa. Me preocupaba cómo transportarla, cómo subirla al tren y luego al subte. Cuidaba que no se rompiera, no se cayera, no se estropeara ni desarmara. Me preocupaba el hecho de No llegar a destino con la maqueta que debía presentar en condiciones, y que por ende, reste puntos en la nota final de nuestra presentación del trabajo completo. Me preocupaba. Me preocupaba. 


¡Damas y Caballeros, tengan ustedes muy buenas tardes, y sepan disculpar las molestias!  Soy no vidente, tengo 5 hijos....-Yo sentado, pegado a la ventana. Siempre me detengo a escuchar y observar a los vendedores ambulantes o a los que suben al tren a pedir dinero. Quizás no ofrezcan nada que me interese comprar o debo admitir que muy pocas veces los ayudo con monedas o billetes, pero los escucho, comprendo y pongo atención en su manera de hablar, en su historia de vida, en la manera de vender el producto, o pedir monedas, en su trato para con los viajantes. Observo.


Continuó: -Mi nombre es José, y este es mi secretario...
Un nene de 7 u 8 años, entraba al vagón. lo mira, asiste al padre ubicándolo en un costado del pasillo, para que pueda sostenerse de un asiento. 
-Mi secretario va a pasar, les pido una colaboración señores pasajeros.
 No puedo dejar de mirarlos a ambos. Mil opiniones me van surgiendo : "No puede ser que le diga Secretario... Pero que bueno que el nene lo ayude.. ¿Pobrecito cuántos años tendrá?, ¿Estará bien que lo ayude siendo tan chiquito?"...


Cuando vuelvo la mirada hacia el nene, "Secretario" no hacía más que mirar mi maqueta. Se detuvo allí. Y sé lo que pensó. Se imaginó jugando ahí. Imaginó que se hacía chiquito (como alguna vez jugamos todos a ser diminutos) . y que corría por el estudio de televisión. Quizás no sabía qué era. Quizás solo se imaginaba una plaza, un salón de juegos o el patio de una escuela. Pero debo decir que en mi vida vi en otras personas, la intensidad de la mirada de Secretario. Debo decir que ni todas las películas de drama, ni todos los programas que  muestran la realidad social pudieron transmitirme lo que en esos dos minutos, me transmitieron esos ojos... Quería volver a ser un nene, e invitarlo a jugar. Quería que viera lo que se estaba perdiendo, que seguramente no era culpa ni del padre, ni de él, sino de la realidad y la situación que les tocó vivir a ambos. Mi mente vuela miles de veces, pero como esa vez, no hubo comparación. Imaginarme a Secretario jugar en mi maqueta, (no sé por qué lo imaginé con guardapolvo) tal como él se estaba imaginando, fue una mezcla de sensaciones enorme, lindas, pero chocantes a la vez....


Y al juntar las humildes monedas que los pasajeros le daban, Secretario siguió mirando mi maqueta. Caminaba, desviaba la vista hacia la moneda de 25 ctvs que le llegaba a su pequeña manito, y miraba. Continuaba y miraba de reojo. Hasta que bajé del tren, y ya no me preocupó cómo llegar, ni en qué condiciones.

Porque después de tantas cosas que sentí, que pensé y que maquiné, sólo me importaban dos cosas.
Agradecerle a mi familia al llegar  a casa, por la infancia que tuve, por los días de risas, de caprichos y de aventuras en el patio de mi casa, en la plaza, en la casa de Santa Teresita, con mis primos, en mi jardín de infantes, en primaria, con mis amigos. Agradecer y valorarla.


Y la segunda razón, fue que por un instante, Secretario imaginó, jugó, dejó volar su creatividad y fue feliz, por un instante, pero eso me bastó. 




La segunda historia es bastante parecida. Tres o cuatro meses más tarde del hecho de Secretario, me topé con Frida. Realmente no sé su nombre, opté por bautizarla bajo ese seudónimo.


En este viaje, elegí escuchar música, en vez de continuar con mi lectura de "Operación Masacre", de Rodolfo Walsh. Sin embargo saqué el libro de mi morral. lo dejé sobre mis piernas, que se encontraban cruzadas, y continué mirando por la ventanilla.
Siento un pequeño tironeo que irrumpe en mí algo asustado.


Era una pequeña niña, de alrededor de 3 años, que por alguna razón estaba agarrando mi libro. Sus manitos estaban sucias. Su cara también. Las ropas rasgadas, apenas la protegían del frío de la tarde. Y me hablaba.
Me quito los auriculares.


-¿Qué?- le digo para que repita.
-A ver.. A ver.. - dice con una inocente voz.
-Pero no tiene nada, mirá.
-A ver, a ver- insiste con una voz bajita, temerosa porque sabía que se entrometía en algo ajeno.
Y pensando que buscaba dibujos, o fotos, abriéndole el libro le digo: -¿Ves? No tiene dibujitos. 
-¿Dibufitos?¿No tiene dibufitos? No tiene. 
Y se va.
Continúa juntando monedas, que luego da a su hermana mayor, que venía ofreciendo estampitas. 
Y yo me quedo con un sabor amargo adentro. Y busco algún librito, que había comprado a mi ahijada de 7 años, y quizás había olvidado obsequiar. Pero no. Me quedé triste, con mucha impotencia, porque Frida necesitaba ver, necesitaba aprender, necesitaba dibujar, necesitaba desarrollar su lado artístico (ese que desarrollamos todos haciendo dibufitos en jardín de infantes o en casa), necesitaba y lo deseaba. Eso sentí. Que una nena de 3 años, se me acercase y que de tantas cosas que un tren posee con las que un niño podría hacerse un mundo, Frida agarre un libro, solo indicaba una cosa. Que necesita más que conseguir dinero para comer o abrigarse. Que necesita algo más allá de lo material. Que necesita expresarse, que necesita desarrollar su creatividad, que necesita aprender a leer, y quien dice, ya de tan chiquita, tenga sabido sin saberlo, que quiere estudiar. 
Y quiero comprar un librito, y ojalá, vuelva a cruzarme con Frida y aunque ella no se acuerde de mí, se va a acordar del libro de dibufitos con el que creció. 


Sacarse los auriculares, escuchar y mirar más allá de nosotros, cuesta mucho. Y aunque a veces es duro bajarse en esta estación, un Boleto a la Realidad no cuesta nada.







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