martes, 9 de diciembre de 2014

AndoMochileando - Días 9 a 27

Hoy hace 2 semanas no escribo y me encantaría comenzar por el final: Me estoy volviendo a Buenos Aires. Sumemos muchos por qués: Mochila pesadísima, extrañar incalculable, dinero escaso, malhumor y algo de miedo, lengua llena de llagas debido a que hace 2 días que estoy con diarrea insoportable, jaquecas, mareos y fatiga debido a la altura, y a una intoxicación por ingerir una lechuga en mal estado. Fue la venganza de las lechugas por haberles dado vuelta la cara 24 años y la venganza de La Isla del Sol por no haberla ido a conocer antes. Creeme Isla, estoy seguro que estuve allí en algún momento, en algún ser. Creeme Isla, que voy a estar allí,en la inmensidad de tu hermosura, flotando como partícula, como energía, cuando ya no esté aquí, en tus ruinas, en tu playa, en el azul cielo más mágico e increíble que he visto hasta ahora.
Ahora, de regreso a casa, atravesamos la ciudad de El Alto, tan inmensa como humilde, ubicada en la cima de las montañas que encierran el valle en el que se encuentra la hermosa La Paz. Desde que el micro comenzó a descender a esta ciudad, aquel día que llegué, quedé maravillado. No era nada de lo que imaginaba ni nada de lo que Bolivia me había mostrado hasta ahora. Qué lejos estoy de ese primer día, pero qué lleno de felicidad me voy por haber recorrido tanto, conocido tanto y enamorado tanto de La Paz. Sí, enamorado.
El primer día almorcé con los Lorena Zambrana, una familia que nunca dejó de decirme Gaucho, aunque a veces pensaba que ellos eran más gauchos que  yo. David no es ni del Strongest ni del Bolivar. Lee El Gráfico y su corazón está pintado de azul y oro, aunque también tiene una "S" gigante de Showmatch en la memoria, es un Wikipedia de los Bailando por un Sueño. Mauricio y Ricardo toman tanto mate como mi vieja y yo todas las tardes. Obviamente, aprendieron a no agradecer cada cebada. Les falta venir a Argentina y ya podemos decir que comienzan a hablar con "ye" y tienen el título de argentos nativos. Yo creo que estos hermanos bolivianos en sus vidas pasadas, han nacido más al sur que donde nacieron en esta vida. Sin embargo recorrí con ellos por primera vez las calles de la ciudad, y no hubo detalle que les faltara a la hora de contarme sobre el reloj que gira al revés en el Congreso de Bolivia, el asesinato y cuelgue de un presidente en un farol de la Plaza Murillo, por qué son mejores los pollos Copacabana, la plaza del estudiante, el monumento al soldado caído que en realidad parecía un abrazo de gol, su obelisco más pequeño que el nuestro, la ubicación geográfica de cada barrio desde el mirador, el comer en la calle, las cholas y su negación a que les digan cholas osea, las señoras de pollera y trenzas largas. Me llevo historias de Mauricio y su voluntariado en Haití, de David y su trabajo increíble, los conocimientos de diseño y arquitectura de Lilian (y su facilidad para viajar en una ciudad caótica, lo que me demostró que era más simple delo que imaginaba) y la recitada de preposiciones y la ranga picante de la madre de mis amigos bolivianos.

Al día siguiente busqué empleo y comencé a trabajar al instante en el primer restaurante al que entré, un restaurante que donaba el 100% de sus ingresos (?) a una Fundación que ayudaba a niños y jóvenes que sufrían maltrato en sus casas. Aprendí oficios de mozo, lavacopas y también limpié. Sin dudas lo que más disfruté fue conversar con los turistas en inglés, y  llevar risas, mate y buena onda todos los días. Si bien lloré (sí, de nuevo lloré) porque luego de dos semanas me sentí explotadísimo y sentía que la balanza no estaba nunca equilibrada (peor aún que en Argentina, créanme), sumado a que me costó muchísimo romper la barrera que mis compañeros (y los paceños en general) ponían entre este argentino y ellos, lo que más rescato es que me fui de allí con la conciencia tranquila, en paz y con la gran incógnita: ¿de qué sirve ayudar al que más lo necesita, si a las personas de tu círculo las tratás como basura?
Lo que también me encantaría rescatar de allí es a María, que según me cuenta vía redes sociales, continúa trabajando en la cocina del restaurante y le descuentan dinero de su sueldo hasta por respirar. Con ella caminé bajo el sol, bajo la lluvia, con frío, con calor y con un viento que no nos permitía subir las gradas. Todos esos cambios climáticos, en un sólo día. Las 4 estaciones en un sólo día. Por la ventana podía ver que había sol, pero por las dudas, me llevaba paraguas porque seguro que en 20 minutos, lo usaba para protegerme del agua y a la media hora, para protegerme de los rayos del sol que te asaban. Así es La Paz. Así fue recorrer las calles junto a María. Conocer la colonial calle Jaén, la 16 de Julio (feria muy económica que fue mi perdición) andar por rincones hermosos, pararme en cada esquina y tener una vista indescriptible y hasta llegar a ver el cerro nevado Illimani desde una avenida principal, algo que todavía no puedo explicarme ni a mí mismo. Apostar a que sí, que por lo menos UNA calle de toda la bendita ciudad podría no llegar a estar en subida o en bajada. Pero perdí. Verme envuelto en la rutina de salir del trabajo y viajar hasta donde me hospedaba y nunca, pero nunca dejar de ver las montañas, me enamoraba. Recordaba que cuando era pequeño, una revista me preguntaba: ¿Playa o Montaña? A lo que yo siempre respondía "Playa", porque amo el mar. Arriba del minibus respondía "Definitivamente, ambas" y no podía sacar los ojos de las casas que se alzaban por las montañas y prendían sus primeras luces. Llegaba a casa de noche, con la sensación de que las estrellas se habían caído pero seguían brillando, estancadas en el fondo de un mar por el cual yo caminaba con una sonrisa dibujada y una fascinación diaria.
Tomé muchos jugos naturales muchas sopas, mate de coca, comí llauchas, chicharrón de pollo y de cerdo, mote, chuño, api, tojorí, silpancho, pipocas...

Me alojé con la familia Bustillos. Hoy puedo decir, familia amiga y que espero ver pronto aquí en Buenos Aires. Por lo menos a Ariel, que cuando tenga su "nuevo celular" que traerá el tan esperado Papá Noel, voy a contactar para que venga. ¿Y qué puedo decir de ellos? Les estoy eternamente agradecido como a todas las buenas almas que este viaje me ha cruzado y que hoy puedo llamar, amigos a la distancia. Me enseñaron muchísimo. Historia boliviana, indirectamente modales, allí como en la casa de los Zambrana, recé. Agradecí por mi viaje, y por la comida. Visitamos el zoológico, el Valle de la Luna, el centro comercial, el cine. Bailé con Ariel, hicimos noche de películas. Aprendí. Aprendí y aprendí. Me despedí de ellos y partí hacia Copacabana. No encontré transporte y volví. Me despedí de ellos nuevamente y partí hacia Copacabana. Luego a la Isla del Sol, donde ya les comenté que decidí volver. Las dos veces que regresé, las puertas de la casa de los Bustillos estuvieron abiertas para mí. Algo que me propuse a corto plazo, pintar las paredes de mi habitación de color verde inglés, el mismo color de la habitación en la que estuve. Algo que me propuse a largo plazo, nombrar Blasco a algún hijo mío. Sólo espero que tenga la calma del sr. Bustillos, pero hable tanto como Marta, que sea tan espontáneo como Ale y Steffi que le guste bailar tanto como a Ariel.

Camino a La Paz, fui vigilado por dos ángeles de la guarda holandesas y dos franceses, que me cuidaron, que se preocuparon por mi salud y me desearon lo mejor en mi vuelta a casa y reencuentro con Lu. Sin dudas, la vuelta hubiese sido distinta. Al día siguiente, ya recuperado, gracias en gran parte al cuidado (y reto) de la familia Bustillos, me tomé un taxi hasta la terminal porque la marcha de 5 personas cortando la calle (como La Paz me tenía acostumbrado) me retrasaba e impedía tomarme un bus.
Llegué y en la puerta de la terminal, Nikoi el alemán que conocí en Baires y que fue mi empujoncito para animarme a viajar, se calzaba su mochila y abría su mapa de la ciudad. El destino, la suerte, la casualidad, el universo, el azar. No lo sé, pero Nikoi estaba ahí, y sorprendidos nos fundimos en un abrazo. Sí, definitivamente ese encuentro me decía que éste no sería el único viaje, que debía animarme a muchos más...
No me hizo falta ir a Italia, India y Bali como Elizabeth en su libro. En Bolivia probé todo plato típico que pude, recé en Todos Santos y antes de cada comida, y amé cada ciudad. En Bolivia comí, recé y amé.

jueves, 27 de noviembre de 2014

AndoMochileando - Día 7

"En Potosí o mueres de frío o mueres de calor en el mismo día", me dijo una comerciante. Agregaría "O mueres de agotamiento por querer subir las empinadas calles de la ciudad". A las 10:00 am instalé mi humilde puestito de billeteras que nuevamente fue un éxito y logró sacarme del estado de "$0" en el que me encontraba. Contento y despreocupado por el dinero dejé mi mochila grande en el puesto de un comerciante que más temprano me convidaba coca. La amabilidad delpotosino es increíble. 7 am, mientras buscaba hospedaje varios lugareños me detenían a recomendarme hostels, fwerias donde poder vender, lugares que visitar, curioseaban sobre mi ciudad de procedencia y me despedían con gran simpatía.
Las calles de la ciudad son asombrosamente.... dejenme ver qué adjetivo puedo utilizar... No, no encuentro adjetivo alguno que describa a estas calles. Sobrepasan lo hermoso. Pasajes, callejones, todos, adornados con casas de una arquitectura colonial intacta, decoradas también cada 3 cuadras por iglesias de este mismo estilo. Potosí en su apogeo, allá por la primera mitad del siglo XVII, fue la ciudad más rica de América, y una de las 3 más ricas del mundo. Del cerro "Rico" se extraía plata en cantidades estrepitosas y bañaban a los 120 mil habitantes (más habitada que Londres, Madrid....) en un lujo que hoy recorriendo las calles, es difícil de imaginar que alguna vez esta ciudad tuvo.
No pude ir a las minas. Es terrible cómo las agencias turísticas se aprovechan de los visitantes. Recuerden, soy argentino y 100 dólares míos no son lo mismo que 100 dólares para un gringo.
Yo tampoco cuento con muchas riquezas, pero así como lo hizo la ciudad, me quedo con la riqueza de las calles y del corazón del potosino y agrego a la frase: "O mueres de fascinación por la belleza de Potosí".
Partí hacia Uyuni con el cuello y los brazos rojos de tanta exposición al sol. Llegué a la terminal con ayuda de un potosino que me despidió diciéndome "Un placer ayudarte, así de gentiles somos los potosinos, se habrá dado cuenta usted joven."
Entramos a Uyuni luego de 4 horas de viaje donde el sol pareció seguirnos sin esconderse tras las atractivas montañas ni un solo segundo. A las llamas que pastaban por todo el paisaje parecía no importarles ni el sol ni la ruta, por lo que cada 20 minutos frenábamos y se escuchaba un bocinazo. Acto seguido veías desfilar a este animalito con mucha gracia atravesando la ruta de un lado al otro. Las vicuñas me parecieron estéticamente más hermosas y las llamas restaron muchos puntos al atentar contra mi tranquilidad por estos cruces que debo admitir, me asustaban bastante.
Ya en Uyuni no conseguí hospedaje alguno y la idea de pagar 300 bolivianos para conocer el salar realmente no me atraía así que decidido y haciendo malabares con el dinero, partí hacia La Paz, desde donde escribo mientras espero a Ricardo, mi colega del bus a Cochabamba que aún está en esta ciudad y me invitó el almuerzo.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

AndoMochileando - Camino a Potosí

La altura destapa y tapa mis oídos de un soplo, debilita mi cuerpo, lo envuelve en el aire y lo invita a volar.
Recorro de punta a punta aquella cima que parecía inalcanzable y que ahora se vuelve un enorme jardín. Las luces de la ciudad se agrupan como estrellas a mis pies. Una línea zigzagueante parte la imagen en dos perfectas mitades, la de un cielo azul uniforme y la de unas oscuras montañas. Se vuelve lejana a los pocos segundos la montaña que me acobija y un nuevo gigante me da la bienvenida en cada curva del camino. Abrazo las nubes, acaricio apenas con la punta de mis dedos la luna que se esconde y reaparece en cada giro, en cada paso. A mi izquierda, una inmensa cantidad de tierra me hace sentir ínfimo. A mi derecha, el paisaje me proclama infinito. Mi asombro es mayor al miedo.  Miro hacia atrás y veo el inmenso camino recorrido. "La vida misma", pienso.Sigo jugando, volando entre montañas y casi sin darme cuenta, llego a Potosí.

AndoMochileando - Día 5

Caí en manos de una gitana. Yo feliz. Deseaba cruzarme con alguien que leyera mi futuro para estar más calmo. Con unos confusos trucos de manos y un brebaje ((Coca-Cola echada en mis billetes, gitana moderna y globalizada), hizo añicos algo de mi dinero. No quiero extenderme ni detallar sobre esto. Prefiero contarles de las personas con luz que conocí después de llorar por haber sido estafado, por creer, por confiar...
Perdí tiempo también, por lo cual al llegar a la terminal de Santas Cruz, perdí todo micro a Sucre.
Traté de no desesperar (casi no lo logro) y con lo que quedaba de dinero compré pasaje a Cochabamba. Mi suerte estaba echada.
El último asiento del micro me aguardaba. Comencé a preparar y terminar algunas billeteras que desde Baires vengo fabricando y vendiendo. Trataba de no pensar en la estafa pero me tentaba la idea de que ese "brebaje" que pulverizó mis pesos bolivianos y algún que otro dólar, me traería abundancia y ganancias. Le consulté la hora al muchacho de mi lado y me dijo "Las 18:00". Tal como me dijo la gitana soplé mi billetera. A los 5 minutos, después de comenzar a conversar le vendí una billetera a Ricardo, vendedor ambulante.
En seguida pegamos buena onda, me dio tips de ventas y creo que no hubo tema de conversación que faltara: Evo, Bolivia, Argentina, religión, Buenos Aires, mi familia, la suya, mi amor, el suyo, los micros, las rutas, mi Dios, el suyo, el lunfardo, la tonada, política, historia, fanatismo, televisión, yerba, coca, cocaína, mate, su negocio, el mío, Les Luthiers...A partir de ese momento, gracias a que me crucé con una persona con tanta fuerza y ganas, comencé a mirar más en positivo y a ser YO, quien sea MI VIAJE.
En la terminal de Cochabamba lo despedí, partía a La Paz a visitar a su familia y a su novia. Divisé a una mochilera y le fui a hablar. Era canadiense, se llamaba Marianne. Hace tres meses trabajaba en Bolivia. Le pregunté si no extrañaba a su familia, a su país. Me respondió que no, que ella sabía que iba a volver a verlos, así que se permitía disfrutar de lo que estaba viviendo. CLICK. Más positivismo y enseñanza para mí. Hoy sé que voy a volver, así que alejados los cagazos, me permito disfrutar. Salí de la terminal, recorrí una feria enorme, llegué a una esquina e instalé mi puesto de billeteras ecológicas, tal como anunciaba unc cartelito que precariamente fabriqué. A mi lado, una hermosa anciana vendía libros usados y revistas antiguas junto a sus nietas. Pasé allí una linda mañana, vendí muchas billeteras y almorcé junto a mis colegas que me dieron ánimo de continuar pese a lo sucedido. Me despidieron con una inolvidable sonrisa y otro "Confiá en vos, y en tu Dios", que ya había escuchado de parte de Ricardo. Marilyn, una clienta me recomendó no confiar en nadie (ya extremadamente hablando) y con mucha amabilidad me indicó hostels y en caso de no encontrar, me invitó a alojarme con ella a donde estaba viviendo, un convento de monjitas.
Ya tenía lugar, el departamento de Martín, hijo de Deby que fue tan buen anfitrión y cálido como su madre. Dormí, comí, dormí. Desperté con las nubes bañando las montañas a la altura de mis ojos, que divisaba desde el ventanal de mi habitación.
Salí en busca de la hermosa anciana para volver a reír y compartir el almuerzo como el día anterior pero no la encontré.
Caminé muchísimo, tomé trufis y colectivos (mucho más antiguos y pintorescos que los cruceños) y obviamente, me perdí. Las casas no tienen numeración ni nombre de calle... Agradezco igual haberme perdido camino a una feria ya que pude presenciar la festividad de Todos Santos, que se llevaba a cabo ya desde el día anterior, en el que se cree, bajan las almas de los difuntos y para lo cual cada familia al lado del cementerio, prepara una carpa y llevan la comida favorita del mismo, hornean panes de gran tamaño y diversas figuras (animales, personas, crucifijos), hacen floreros o pequeñas esculturas de verduras, colocan flores, collares de tutucas, frutas, beben cerveza hasta embriagar, y en alguna que otra carpa se ven mariachis que cantan y tocan sus instrumentos en honor al ser querido.
Cochabamba está rodeada de cerros y "dividida" en la zona norte, cuya población es la más "concheta" y en la cual se rige la mayoría de edificios y en la zona sur, la más "popular" y humilde, con mayoría de casas que se extienden subiendo uno de los cerros, lo cual desde cualquier punto de la ciudad, es un espectáculo para la vista. El Prado es lindísimo, al Cristo no pude subir porque los domingos está cerrada su entrada y la Plaza de las Banderas me demuestra una vez más la hermandad de los departamentos bolivianos. Parto hoy a Potosí, a la deriva, pero confiando en que todo saldrá bien, confiando en mí mismo y no en un brebaje.

jueves, 30 de octubre de 2014

AndoMochileando - Día 2

Llegamos a Santa Cruz de la Sierra a las 11:00 hs. Increíbles trámites aduaneros nos demoraron arribar a la ciudad de los cambas, pero aquí estamos. Sobre una mesita de luz, un souvenir de Minion (Mi villano favorito), me observa en mi cuarto del departamento 501 del matrimonio Sarmiento. A su lado, una antigua plancha de bronce, la imagen de un santo y un regordete conejito vestido de cholita y con alfileres en su panza.
Son las 22:00 hs y desvelado en la cama doy vueltas hasta que me decido a escribir luego de 20 minutos de confesiones y descargos con Lu por celular, a quien no le llegan mis mensajes pues conexión a internet es lo único que le falta a este departamento en el que me siento tan cómodo. Obviamente el hogar no sería lo mismo sin la amabilidad y atención de Deby, esposa de Pedro. Desde el minuto cero fui muy bien recibido. El cálido y maternal abrazo de Deby me invitó a sentirme protegido y como en casa. Recuerdo que la mujer al abrazarme hizo cara de como que algo olía mal (o quizás yo me perseguí demasiado), puesto que las primeras palabras que pronuncié fueron: "¡Me encantaría bañarme! Fue tremendo el viaje".
Una toalla grande, otra pequeña y un jabón aguardaban ya por mí en la habitación desde la cual el minion, la antigua plancha de bronce, el santo y la coneja me daban la bienvenida.
Un colchón y mi propia vista a la hermosa Santa Cruz también me abrazaban (y yo necesitaba abrazar tanto a la ciudad como al colchón y a la ducha).
Media hora más tarde, la entrada: Un interesante intercambio de opiniones sobre "Paula", "El Túnel" y recomendaciones de Allende, Quiroga y García Márquez. Luego, el almuerzo, abundante en el plato como ya me está acostumbrando este país:  alitas y patas de pollo; ensalada mixta (amigos, he crecido, ya como lechuga. Mamá, perdón); el infaltable (arroz).
¿El postre? Deby es socióloga, a mí me atrae conocer a las sociedades. Combinación perfecta. Allí descubrí lo que bautizé como el "Chola´s Power", la clase social de las cholas. Aquí, a diferencia de Argentina que tu status social dependerá de tu poder adquisitivo, las clases sociales se rigen de acuerdo al color de piel: blancos, cholos/as que son tan o más adinerados que los primeros, y campesinos. Las cholas vivieron desde tiempos de servidumbre y discriminación hasta por ejemplo, la considerada "Vogue Andina", una revista de moda que lleva el nombre "Cholitas", toda una verdadera revolución que hoy se está dando gracias en gran parte (y muy grande) a que uno de ellos, llegó a la presidencia y hace 2 semanas fue reelecto para continuar su tercer mandato consecutivo.
Tuve también todas las riquezas de Bolivia en mis manos, pero las perdí a las pocas oraciones cuando Deby mencionó la palabra "Conquistadores". Su dictadura militar me devastó. En resumen y añadiendo el Nunca Más y que lloré cuando Allende me habló en su libro sobre el sangriento golpe en Chile, abrí mi camino hacia el interés (y dolor) por saber más de la historia de esta tan herida Latinoamérica.
Santa Cruz de la Sierra es hermosa. Una estatua de Cristo encuentra dos de las avenidas más importantes. Una plaza en el centro de la ciudad me acerca al museo de la Catedral que conserva obras de plata de los siglos XVII y XVIII. Se rigen alí también la Casa de Gobierno y la Casa de la Cultura. Toda esta ciudad está organizada y envuelta en 7 anillos (avenidas, algunas más distanciadas que otras entre sí), por donde el pesadísimo tráfico a toda hora, avanza hasta perderse por millares de calles. El pasaje de los pequeños buses cuesta 2 bolivianos hacia donde quiera que vayas. El taxi (un auto particular con una calcomanía con estas cuatro letras), cuesta 10 bs. El trufi, un invento que amaría que llegue a Buenos Aires, es una camionetita que se encarga de ir
recolectando hasta a 10 pasajeros que descienden a medida que se mueve siempre por el mismo anillo (si te quedás dormido, podés haberte pasado pero tranquilo, ya va a llegar de nuevo a donde debés bajarte). No hay paradas, te bajás de cualquier transporte donde querés al grito de "¡Puerta!" o "¡Pare por favor!".

Voy a cenar solo. Deby y Pedro duermen. Según ellos, aquí el almuerzo es el plato más fuerte del día y la cena no es necesaria, sólo una gran merienda.
Vuelvo a la cama a ser observado por el minion, el santo, la plancha antigua de bronce y la coneja chola. Mañana es mi turno de seguir viendo la ciudad. Observarla. Después de un gran día, siento que la mágica mixtura entre la globalización, la religión, la pinchada por alfileres historia de un pueblo y la riqueza del oro, la plata y el bronce, representados en esa mesita de luz, representan también a Bolivia.



AndoMochileando - Día 1

En realidad día 5. Vengo viajando desde el jueves 22 de octubre. Dejé Buenos Aires, dejé un amor, dejé a mi familia, dejé a mis amigos y seres queridos. Dejé y no. Están acá cnmigo. Partí con ansias y la misma ruta se encargó de mostrarme que éste no será un viaje fácil. Cada kilómetro alcanzado era un "cada vez más lejos" pero un "cada vez más cerca". ¿Cerca de qué? No lo sé. Eso me preguntaba y eso me respondía. Cadáveres de perros al costado de la ruta 5 cada 1 kilómetro me recordaban al pequeño can que dejaba en Baires. Dejaba y no, o traía conmigo. Aunque para recordarlo así, prefería pensar que lo dejaba a salvo en casa. Imponentes camiones en la banquina dejaban en evidencia al estar completamente dados vuelta, que viajar no es simplemente moverse de un lado a otro, que podés darte vuelta. Literal. Y sentí miedo. Me sentí en peligro y confieso que también quise dejarme en Buenos Aires. Las ansias por conocer se me fueron al carajo, caí en cuenta de lo que estaba viviendo. Al instante, ví mis pies desnudos y más allá, el mar en una noche ecuatoriana. Esa imagen me devolvió el alma al cuerpo, me bajó a la tierra, me volte´e hizo que mis pies pisaran el suelo. Ya no estaba de cabeza.
Llegamos a Salvador Mazza, Salta, ,después de 2 días de viaje. Agradecí al Universo por el viaje tranquilo que tuvimos. Miré a Don Pedro y proseguí: "Gracias Dios, al destino, a la suerte, a lo que fuere, pero gracias". No tengo nada en contra de las religiones pero no siento pertenecer a ninguna. Pedro al parecer sí,  quizás todos necesitamos creer en algo, y así lo señalaba un rosario colgado en la cabina del camión, a pesar de que mi interrogatorio viajero arrojó un "Don Pedro 1- Catolicisimo 0".
De todos modos este camionero boliviano, alto, de pelo gris, y verdes ojos de descendencia austríaca en ningún momento recriminó ni se enemistó con mi ateísmo sólo que su sabia mirada pudo más que la insegridad que tambaleaba a unas jóvenes patitas veinticuatroñeras.
Más tarde confesaba entre "¡Salud!" (pícara costumbre del pueblo hermano utilizada antes de beber un sorbo de cerveza) que su mirada y silencio no son más que calma y hasta timidez.
No me considero un gran lector de personalidades, pero Don Pedro, no hacía falta la aclaración. Su luz y temple no se notaron en el momento en que comenzamos a entablar conversacion, cuando por pregunta de nuestra conocida en común, usted aceptó llevarme en su americano de dieciséis ruedas, o cuando me ofreció alojamiento en su hogar en Santa Cruz de la Sierra. Bastó que Patricia nos presentara para percibir esa vibración. Don Pedro, usted (como yo) se fascina po la vibración de los Detzel-Agüero. Usted vibra tan hermosamente como la familia amiga. Sus miradas causan tambaleo porque es increíble cómo demuestran que el ser humano puede dar tanto sin esperar nada a cambio. Primer aprendizaje hace años, cuando rompía mi burbuja. Lección que se mantiene en este viaje.
Cruzar por momentos a Tacuiba fue encantador: Hay tanta buena gente como cantidad de nativos que bajo un sol  de 42º, vive del comercio. Abunda tanta humildad como platos llenos de comida hasta rebalsar; tantas reproducciones de la imagen de Evo en las calles como veces tuve que hacer que Marco, colega de Don Pedro, repita lo que me decía porque su atonada, simple y cerrada manera de hablar no me permitía comprender, como a muchos de los pocos bolivianos con los que entablé conversación. Hay tantas calcomanías en cada auto, como perros callejeros. Deseaba tener el suficiente dinero para darles de comer a todos y cada uno. Lamentablemente mi billetera tiene poco, y encima en pesos argentinos. Creo que esos papeles valen hoy, menos que una hoja de coca acá en Bolivia.
Acabo de decirle a Pedro entre tuteadas y formalismos (aún no sé cómo dirigirme a él) que si todo sale bien, éste sería su último viaje. Suena a que lo estoy matando, a que lo invade una enfermedad terminal o que se quedará desempleado, pero no. Afortunadamente tiene una oportunidad de trabajo independiente en su ciudad y de seguro todo saldrá de maravilla, porque a los buenos les pasan cosas buenas.
Ya no me pienso dado vuelta, todo es positivo. Segunda lección de vida que se presenta elevada a la décima potencia en este viaje. Los factores son muchos: La distancia de la ciudad que amo, mi amor que necesito, la familia que extraño, las ganas de fumar con mis ramones.
A pesar de todo eso, acabamos de pasar definitivamente a Bolivia y soy feliz hasta las lágrimas.


viernes, 17 de octubre de 2014

Entonces.... ¿Nos reímos?

Yo veo blanco, vos ves negro. Vemos opuestos. SE ROMPE UN POQUITO EL ORGULLO y Vemos grises. Veamos un sólo gris. Dale, si la última vez fue de común acuerdo.  "Te estoy diciendo cosas lindas". Y yo las recibo, las guardo y riego con ellas algo adentro mío que late fuerte, fuerte y que a veces está triste. Y si me decís cosas lindas, sentite orgulloso de lo hermoso que estás siendo, pero nunca las digas si no las sentís y lo entenderé, y menos que menos las digas para saber si yo te diría lo mismo. Y si me decís cosas lindas y agarro tus palabras y las vuelvo a meter en vos, enseñame a disfrutar, mostrame cómo masticas la frase, con tu lengua acomodás las letras y me devolvés la frialdad con algo que me haga reír. Como por ejemplo, el peinado de un pony. Mostrame que ante un enojo, me puedo reír como con los algodones de azúcar, demostrame con una sonrisa hermosa que el mejor remedio es el polo opuesto al estado en el que me ves, demostrame que se puede disfrutar, osea, demostrame lo que me enamoró de vos: que me demostrábas cómo podías disfrutar a pesar de todo. Demostrame, y esto no es obligarte a nada, sólo a que me lo demuestres. Demostrame que la lágrima derramada, cayó sobre la pelea y mezcló tanto nuestras bocas que las acercó hasta el punto exacto en el que ambas estaban unidas y terminaron riendo y cantando, o por lugares prohibidos. Demostrame que la lluvia en mis ojos sirvió para limpiar el cielo y para que crezcan las flores, que fue un cambio y que no llovieron en vano. Pero por sobre todo, siempre mi amor, demostraTE entero y feliz, para yo también poder estar entero y feliz.  


PD: Cualquier similitud con una carta de amor barata es mera coincidencia. Este texto es mi color blanco, y tiene como consigna ser leído y comprendido; al igual que su autor, pero que definitivamente quiere mezclarse con el color negro y que no lo duda nunca, porque me encanta, apuesto y amo cuidar de ese color.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Química, analítica.

Desperté, amé, crecí... SoLté. DespUés de tanto tiempo de escucharte habLar de químIca, dejame decirte que lo único que entendí y voy a extrañar va a ser nuestra química.

lunes, 3 de marzo de 2014

Querido, yo no escogí a los niños.

Tener la certeza de que serás un gran hombre juega en contra muchas veces cuando los niños se presentan. 
Pero un abrazo fuerte, fuerte, fuerte, muy fuerte, va a ayudar a quitar todos los fantasmas y dolores que hay en vos. Y yo voy a dártelo. 


Porque te eLijo y amo.