martes, 9 de diciembre de 2014

AndoMochileando - Días 9 a 27

Hoy hace 2 semanas no escribo y me encantaría comenzar por el final: Me estoy volviendo a Buenos Aires. Sumemos muchos por qués: Mochila pesadísima, extrañar incalculable, dinero escaso, malhumor y algo de miedo, lengua llena de llagas debido a que hace 2 días que estoy con diarrea insoportable, jaquecas, mareos y fatiga debido a la altura, y a una intoxicación por ingerir una lechuga en mal estado. Fue la venganza de las lechugas por haberles dado vuelta la cara 24 años y la venganza de La Isla del Sol por no haberla ido a conocer antes. Creeme Isla, estoy seguro que estuve allí en algún momento, en algún ser. Creeme Isla, que voy a estar allí,en la inmensidad de tu hermosura, flotando como partícula, como energía, cuando ya no esté aquí, en tus ruinas, en tu playa, en el azul cielo más mágico e increíble que he visto hasta ahora.
Ahora, de regreso a casa, atravesamos la ciudad de El Alto, tan inmensa como humilde, ubicada en la cima de las montañas que encierran el valle en el que se encuentra la hermosa La Paz. Desde que el micro comenzó a descender a esta ciudad, aquel día que llegué, quedé maravillado. No era nada de lo que imaginaba ni nada de lo que Bolivia me había mostrado hasta ahora. Qué lejos estoy de ese primer día, pero qué lleno de felicidad me voy por haber recorrido tanto, conocido tanto y enamorado tanto de La Paz. Sí, enamorado.
El primer día almorcé con los Lorena Zambrana, una familia que nunca dejó de decirme Gaucho, aunque a veces pensaba que ellos eran más gauchos que  yo. David no es ni del Strongest ni del Bolivar. Lee El Gráfico y su corazón está pintado de azul y oro, aunque también tiene una "S" gigante de Showmatch en la memoria, es un Wikipedia de los Bailando por un Sueño. Mauricio y Ricardo toman tanto mate como mi vieja y yo todas las tardes. Obviamente, aprendieron a no agradecer cada cebada. Les falta venir a Argentina y ya podemos decir que comienzan a hablar con "ye" y tienen el título de argentos nativos. Yo creo que estos hermanos bolivianos en sus vidas pasadas, han nacido más al sur que donde nacieron en esta vida. Sin embargo recorrí con ellos por primera vez las calles de la ciudad, y no hubo detalle que les faltara a la hora de contarme sobre el reloj que gira al revés en el Congreso de Bolivia, el asesinato y cuelgue de un presidente en un farol de la Plaza Murillo, por qué son mejores los pollos Copacabana, la plaza del estudiante, el monumento al soldado caído que en realidad parecía un abrazo de gol, su obelisco más pequeño que el nuestro, la ubicación geográfica de cada barrio desde el mirador, el comer en la calle, las cholas y su negación a que les digan cholas osea, las señoras de pollera y trenzas largas. Me llevo historias de Mauricio y su voluntariado en Haití, de David y su trabajo increíble, los conocimientos de diseño y arquitectura de Lilian (y su facilidad para viajar en una ciudad caótica, lo que me demostró que era más simple delo que imaginaba) y la recitada de preposiciones y la ranga picante de la madre de mis amigos bolivianos.

Al día siguiente busqué empleo y comencé a trabajar al instante en el primer restaurante al que entré, un restaurante que donaba el 100% de sus ingresos (?) a una Fundación que ayudaba a niños y jóvenes que sufrían maltrato en sus casas. Aprendí oficios de mozo, lavacopas y también limpié. Sin dudas lo que más disfruté fue conversar con los turistas en inglés, y  llevar risas, mate y buena onda todos los días. Si bien lloré (sí, de nuevo lloré) porque luego de dos semanas me sentí explotadísimo y sentía que la balanza no estaba nunca equilibrada (peor aún que en Argentina, créanme), sumado a que me costó muchísimo romper la barrera que mis compañeros (y los paceños en general) ponían entre este argentino y ellos, lo que más rescato es que me fui de allí con la conciencia tranquila, en paz y con la gran incógnita: ¿de qué sirve ayudar al que más lo necesita, si a las personas de tu círculo las tratás como basura?
Lo que también me encantaría rescatar de allí es a María, que según me cuenta vía redes sociales, continúa trabajando en la cocina del restaurante y le descuentan dinero de su sueldo hasta por respirar. Con ella caminé bajo el sol, bajo la lluvia, con frío, con calor y con un viento que no nos permitía subir las gradas. Todos esos cambios climáticos, en un sólo día. Las 4 estaciones en un sólo día. Por la ventana podía ver que había sol, pero por las dudas, me llevaba paraguas porque seguro que en 20 minutos, lo usaba para protegerme del agua y a la media hora, para protegerme de los rayos del sol que te asaban. Así es La Paz. Así fue recorrer las calles junto a María. Conocer la colonial calle Jaén, la 16 de Julio (feria muy económica que fue mi perdición) andar por rincones hermosos, pararme en cada esquina y tener una vista indescriptible y hasta llegar a ver el cerro nevado Illimani desde una avenida principal, algo que todavía no puedo explicarme ni a mí mismo. Apostar a que sí, que por lo menos UNA calle de toda la bendita ciudad podría no llegar a estar en subida o en bajada. Pero perdí. Verme envuelto en la rutina de salir del trabajo y viajar hasta donde me hospedaba y nunca, pero nunca dejar de ver las montañas, me enamoraba. Recordaba que cuando era pequeño, una revista me preguntaba: ¿Playa o Montaña? A lo que yo siempre respondía "Playa", porque amo el mar. Arriba del minibus respondía "Definitivamente, ambas" y no podía sacar los ojos de las casas que se alzaban por las montañas y prendían sus primeras luces. Llegaba a casa de noche, con la sensación de que las estrellas se habían caído pero seguían brillando, estancadas en el fondo de un mar por el cual yo caminaba con una sonrisa dibujada y una fascinación diaria.
Tomé muchos jugos naturales muchas sopas, mate de coca, comí llauchas, chicharrón de pollo y de cerdo, mote, chuño, api, tojorí, silpancho, pipocas...

Me alojé con la familia Bustillos. Hoy puedo decir, familia amiga y que espero ver pronto aquí en Buenos Aires. Por lo menos a Ariel, que cuando tenga su "nuevo celular" que traerá el tan esperado Papá Noel, voy a contactar para que venga. ¿Y qué puedo decir de ellos? Les estoy eternamente agradecido como a todas las buenas almas que este viaje me ha cruzado y que hoy puedo llamar, amigos a la distancia. Me enseñaron muchísimo. Historia boliviana, indirectamente modales, allí como en la casa de los Zambrana, recé. Agradecí por mi viaje, y por la comida. Visitamos el zoológico, el Valle de la Luna, el centro comercial, el cine. Bailé con Ariel, hicimos noche de películas. Aprendí. Aprendí y aprendí. Me despedí de ellos y partí hacia Copacabana. No encontré transporte y volví. Me despedí de ellos nuevamente y partí hacia Copacabana. Luego a la Isla del Sol, donde ya les comenté que decidí volver. Las dos veces que regresé, las puertas de la casa de los Bustillos estuvieron abiertas para mí. Algo que me propuse a corto plazo, pintar las paredes de mi habitación de color verde inglés, el mismo color de la habitación en la que estuve. Algo que me propuse a largo plazo, nombrar Blasco a algún hijo mío. Sólo espero que tenga la calma del sr. Bustillos, pero hable tanto como Marta, que sea tan espontáneo como Ale y Steffi que le guste bailar tanto como a Ariel.

Camino a La Paz, fui vigilado por dos ángeles de la guarda holandesas y dos franceses, que me cuidaron, que se preocuparon por mi salud y me desearon lo mejor en mi vuelta a casa y reencuentro con Lu. Sin dudas, la vuelta hubiese sido distinta. Al día siguiente, ya recuperado, gracias en gran parte al cuidado (y reto) de la familia Bustillos, me tomé un taxi hasta la terminal porque la marcha de 5 personas cortando la calle (como La Paz me tenía acostumbrado) me retrasaba e impedía tomarme un bus.
Llegué y en la puerta de la terminal, Nikoi el alemán que conocí en Baires y que fue mi empujoncito para animarme a viajar, se calzaba su mochila y abría su mapa de la ciudad. El destino, la suerte, la casualidad, el universo, el azar. No lo sé, pero Nikoi estaba ahí, y sorprendidos nos fundimos en un abrazo. Sí, definitivamente ese encuentro me decía que éste no sería el único viaje, que debía animarme a muchos más...
No me hizo falta ir a Italia, India y Bali como Elizabeth en su libro. En Bolivia probé todo plato típico que pude, recé en Todos Santos y antes de cada comida, y amé cada ciudad. En Bolivia comí, recé y amé.