miércoles, 22 de diciembre de 2010

Mi Refugio

Y me negabas con la cabeza. Me decías que no querías un grisín. Pero yo sé que no me mirabas porque yo te convidaba. Yo sé que me mirabas y me pensabas de chiquito, me observabas de grande, me leías y en un instante, resumías todo a cuánto me querés, y cuánto sabés abuela C.,  que te quiero yo a vos. 
Y vos sí, vos si me aceptabas el grisín, porque quizás veías que la Pipita, así, tan chiquita bordita, lo mordía con sus primeros dientes y estaba contenta, en tus brazos abuela O. Y me abrazabas, y me decías Flacucho. Y la Pipita, vos, la tía R. y yo, bailábamos al ritmo de la música de mi celular. 
Se sumaban J. y L. hermanitos de la Pipita, y renovaban el aire del miércoles, que también perdía su luz del día.
Aparecía la tía C. caminando, el tío J. en su moto, la tía M. y el tío J. bajaban del auto que curiosamente, venía de donde yo había estado esa tarde tan hermosa y tan angustiante a la vez.
Te abrazaba R. y sentía que abrazaba más que a un abuelo. Vos me saludaste, seguiste regando el jardín. Pero yo, te abrazé fuerte dos segundos, los suficientes para mí para sentir eso que nunca había sentido y que ni siquiera puedo explicar, porque creo que nunca te había abrazado con tanta admiración.  
Parecía que todos venían a mí, a levantarme, aunque ninguno salía de su rutina, y yo por primera vez podía ver más allá de eso. Podía ver que un saludo de hermano a hermano, era un ¡Qué bueno verte! ¡Qué lindo que estemos los dos acá! Que J. ayudando a la tía C. con las bolsas de compras, L. recibiéndola y la Pipita sonriendo, mostrando sus dos dientecitos, eran hermosos gestos de amor, más que una bienvenida. 
Y como un nene, o volviendo a serlo, recordando cuando con mi primo B. peleábamos por ir a comprar para la abuela O, vuelvo a hacerlo. Junto las monedas que me da la abuela, y vuelvo a vivir eso que tan lejano veía. El mandado. Hoy, sin esperar recibir todo el vuelto de la compra. Hoy, por el simple echo de sentirme parte de algo de lo que ya creía estar fuera.
Saludo al primo B. y lo abrazo como si hubiese sido la primera vez que lo veía después de mucho tiempo. Pero él no se dio cuenta de que con mi abrazo, le agradecía como a todos, por ser parte de eso que estuve perdiendo, y que en solo un segundo recuperé. Agradecerle por ser parte de mi Refugio.

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